miércoles, 6 de enero de 2016

Entrada del blog tema 3

5 de febrero del año 63 de nuestra Era, violentas sacudidas sísmicas ondulatorias conmovieron una zona del territorio situado inmediatamente al sur de Nápoles. En las ciudades de Herculano y Pompeya se derrumbaron casas, templos , teatros, columnas y torres, produciendo bastantes victimas.
Asustados por el terremoto, bastantes propietarios de villas y muchos ciudadanos de Pompeya y Herculano abandonaron la región, pero transcurrido corto tiempo regresaron los que habían huido, se repararon los daños en calles y edificios, reconstruyéndose las ciudades. Paulatinamente se olvidó lo ocurrido y nadie pensó que el Vesubio tuviese ninguna relación con lo sucedido.
Hasta entonces el Vesubio, montaña preferida de Baco, no se había caracterizado por ningún hecho extraordinario durante siglos. Se destacaba su mole con tranquilidad majestuosa. Y como en el sur de Italia eran frecuentes los temblores de tierra, no se realizó investigación alguna ni volvió a pensarse más en aquel terremoto, que se había desencadenado como primer ensayo de irrupción de las fuerzas subterráneas. 
Por eso nadie sospechaba nada funesto el 24 de agosto del año 79 d. C.
El día amaneció como cualquier otro de verano: caluroso, claro y sin viento. El sol de agosto lucía sobre los viñedos y las villas, los macizos floridos de los jardines con sus fuentes de mármol, sobre los templos y calles de la encantadora ciudad en la bahía de Nápoles. Pompeya "tomaba" el sol tranquilamente en medio de sus argénteos olivares y sus copudos pinos obscuros. Nadie miraba con temor, ni sospechas, al Vesubio, que se alzaba a unos ocho kilómetros de la ciudad, con su cráter taponado por grandes rocas y sus flancos revestidos de viñedos cuajados de uvas.
Mientras, la sombra que proyecta el reloj de sol se aproximaba a la hora fatal: la una de la tarde. En aquellos momentos los panaderos cocían sus panes; los tenderos cerraban sus persianas de madera para almorzar, según la costumbre romana; en el templo de Augusto sudaban los esclavos, que levantaban la estatua del nuevo emperador Tito; un parroquiano de una taberna ponía su dinero sobre el mostrador y los chiquillos de las escuelas pintarrajeaban con tiza sobre las paredes; el inteligente Publius Paquius Proculus estudiaba tranquilamente en un libro de pergaminos, y unas mozas regresaban de la fuente con sus cántaros altos y angostos en los hombros...

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